Y de pronto sentí que era una piedra. Estaba en lo alto de un cerro acompañado por otras piedras de formas y colores diferentes. Un suave perfume de flores se diluía en el atardecer. Repentinamente un fuerte viento que venía del norte comenzó a mover la hierba; con el balanceo el perfume se hacía más intenso pero también el viento crecía hasta transformarse en un vendaval que movía las piedras. Sentí que comenzaba a rodar chocando con el resto de mis congéneres. El crujir de las masas entre sí producía roturas y finalmente comenzamos a rodar hacia el fondo del valle. El choque se iba haciendo brutal; las piedras se rompían y estallaban en mil pedazos que se desperdigaban por doquier. Yo sentía que permanecía incólume a pesar de los golpes, pero una profunda tristeza me embargaba. No comprendía como me había metamorfoseado en piedra y menos aún como seguía pensando y sintiendo… estaba apabullado por los acontecimientos…..
En la vorágine, sorpresivamente me encontré al lado de otra piedra. Sentí en ese instante algo que me llevó a acercarme; era una bella piedra de formas redondeadas y suave superficie. Mientras el viento ululaba produciendo un ruido ensordecedor y la tarde caía tiñendo de fuego el horizonte le hablé a esa piedra tan especial; jamás imaginé que me contestaría… y no sólo lo hizo sino que también dialogamos. En unos instantes nos dimos cuenta que ambos éramos similares; pensábamos y sentíamos al unísono. A veces el viento nos hacía chocar pero trastrocábamos el impacto en caricia…
En rigor de verdad no éramos tan similares… Más aún, éramos diferentes pero había tantas cosas que nos unían que sentíamos una sensación de ser iguales. Esto nos confundió un tiempo (y aquí no puedo precisar el tiempo; todo pasó muy rápido). ¡Ah que corto es todo cuando se siente felicidad! Sí, yo sentía una inmensa felicidad al compartir los instantes con esa ya tan querida piedra.
Todo trepidó en ese abismo colosal. Seguíamos cayendo todas las piedras juntas, chocando y crujiendo en un alud imparable hacia el fondo. El tiempo era infinito, se había paralizado. Sólo existía el terrible viento y la caída. Pero estábamos juntos: la bella piedra y yo, juntos en medio de una vorágine descomunal; a pesar de las embestidas… estábamos juntos. Comenzábamos a valorar ese detalle. Juntos ya no era lo mismo. Sentíamos que de a dos era más fácil sobrellevar los golpes. Inadvertidamente nos fuimos juntando cada vez más… cada vez más… cada vez más…
Tanto nos fuimos juntando que… formamos una sola piedra… Sí, éramos dos piedras pero formábamos una sola piedra. Éramos una sola piedra grande y fuerte, pero también éramos dos piedras, juntas muy juntas, tan juntas que…..
ERAMOS UNA SOLA PIEDRA, PERO TAMBIÉN DOS PIEDRAS…
Este insólito hecho nos ayudó en la caída. El caer hacia el abismo era irremediable. El viento y el tiempo nos llevarían indefectiblemente hacia el fondo de ese valle. Pero descubrimos que, juntas las dos piedras podíamos caer mejor. Sin tantos golpes y sufrir de choques. Éramos más grandes al ser una y más fuertes al ser una y más… más al ser una, pero también sentíamos que éramos dos. Cada una pensaba y sentía por si misma. Simplemente la otra comprendía, respetaba, ayudaba con su sola presencia, a veces, cuando era requerida, con sus palabras, sus caricias, su amor…
Nos habíamos dado cuenta que éramos dos piedras que amaban la una a la otra… era algo que llamábamos EL BUEN AMOR…..
¿Qué era el buen amor? SER DOS PIEDRAS EN UNA SOLA PIEDRA.
Mientras tanto seguíamos cayendo hacia el fondo. Las otras piedras nos chocaban, nos golpeaban pero a los costados; en el medio de nosotros dos, en la juntura, los golpes no llegaban, ¡tan firme era la unión!. Veíamos que las piedras caían vertiginosamente, como no estaban unidas pasaban muy rápido en un alud interminable. Nosotros, las dos piedras que éramos una sola, a veces nos atascábamos en salientes, donde se conjugaban hierbas y flores perfumadas. Esto nos daba un descanso para contemplar un crepúsculo maravilloso de rojos, amarillos, verdes, azules, naranjas, violetas… El atardecer para nosotros era de una inmensa belleza a pesar de la tremenda ventisca y del tiempo inexorable.
Aprovechábamos esos descansos para sentirnos plenamente y una tibia sensación de bienestar fue llenando nuestros instantes.
LA FELICIDAD DE ESTAR JUNTOS; LAS DOS PIEDRAS QUE ERAN UNA SOLA.
¡Ah si el resto de las piedras supiera el secreto de ser una piedra siendo dos! Quizás entre todas las piedras juntas podrían hacer un sólido piso para evitar la caída o al menos enfrentar al viento, o al menos sentir una tibia sensación de felicidad. De pronto con alegría vimos que también había otras piedras que eran una sola siendo dos. No estábamos solos. Pero, éramos pocos…….
El viento creció. Nos echó del remanso y volvimos a rodar. Pero no éramos los de antes. Antes… cuando cada uno de nosotros éramos dos piedras separadas. Al viento, al maldito viento le costaba movernos. Por momentos nos dábamos el lujo de resistir protegiendo alguna flor algunos instantes antes de que fuera desgajada por la ventolera y aplastada por el alud incontenible de las pequeñas piedras (las que no eran dos en una sola)…
Mi querida compañera me pedía que buscara un huequito en alguna parte del terreno para ubicarnos allí definitivamente. Yo le decía que ese lugar estaba allí abajo, al término del abismo, cuando ya el viento no pudiera hundirnos más pues allí abajo el maldito viento ya no llegaría. Al rodar íbamos preparándonos para disfrutar ese huequito… el postrer y último lugar.
Ese amor, ese maravilloso AMOR, ese BUEN AMOR de las dos piedras, sí dos piedras distintas pero similares, que eran UNA SOLA PIEDRA llenó todo el valle de las ventiscas de un hálito de FELICIDAD…
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[«Aquí el manuscrito de corta. Todo lo que antecede fue encontrado en un valle al pie de un elevado cerro en un profundo hueco formado dentro de una gran piedra. Parecía que las dos piedras que eran una sola piedra se ubicaron en un hueco dentro de una piedra gigante y se metamorfosearon, con los siglos, en este manuscrito ajado por el tiempo………..»]
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