Sus ojitos se abrieron lentamente; las regordetas y blancas manitas se agitaron en el aire como si espantaran imaginarias moscas.
En pocos segundos el Bebé se irguió en su cunita de cañas trenzadas y gorgoriteando quedamente llamó la atención. La Abuela desde la cocina creyó oír un tenue vagido y cautelosa se acercó a la habitación; al asomarse con picardía de años….., las miradas se encontraron.
La triunfal risita del Bebé llenó los aires; las manitas se agitaron nuevamente pero ahora buscaban a la Abuela quien se fue arrimando muy pausadamente. Un cuerpo muy pequeño que se agitaba gozoso y otro mucho más grande que temblaba emocionado: la Abuela y el Bebé estaban frente a frente. Como dos gladiadores se escudriñaban pero en lugar de la muerte buscaban la vida. ¡Agonistas del amor!
El Bebé se aferró al cuello de la Abuela; ella lo besó largamente en su mejilla rubicunda y lo levantó. Giraron en un baile de ternura y la risita del Bebé ya cubrió toda la casa.
De pronto la Abuela, práctica, pensó: «fue una siesta larga; debo bañarlo y cambiarlo; además tendrá hambre». Depositó a la tierna criatura en la cama de la mamá. Con habilidad ancestral fue quitando las ropas del Bebé. Al hacerlo le besaba la «pancita» y soplándole lograba que el Bebé estallara en un júbilo tan intenso como contagioso. Ambos se trenzaron en una lucha onomatopéyica… Ganó el Bebé pues siguió más allá del fugaz silencio de la Abuela quien al comprobar que el pañal estaba pletórico lo retiró con prontitud, levantando al desnudo Bebé para llevarlo a la bañera.
Al ver el chorro de agua caliente el Bebé se irguió; su cuerpecito tambaleante se acercó al pico de la canilla sujetándose a él con una manecita mientras que con la otra golpeteaba el agua riendo y emitiendo berridos de intensa emoción. La Abuela lo dejaba hacer, cuidando que no se golpeara; pero el Bebé ya había aprendido a dejarse caer con grácil movimiento. Se sentaba y paraba alternadamente, mientras la Abuela cubría todo su cuerpo con espuma y frotando cálidamente, limpiaba al Bebé sin dejar resquicio. Por un instante y sólo por un instante, al sentir su cabecita y ojos cubiertos de jabón, gimoteó el Bebé pero con prontitud las hábiles manos de la Abuela quitaron la blanca espuma y reapareció la límpida sonrisa. La bañera se iba llenando de agua, burbujas, besos, caricias, alegrías de un Bebé y ternuras de una Abuela. Repentinamente ésta quitó el tapón y sosteniendo con una mano el cuerpecito agitó la otra diciéndole al Bebé: «¡chau agua, chau agua…!» El Bebé imitó a la Abuela en su gesto y movió sus deditos despidiéndose del agua.
Una gran toalla cubrió al Bebé casi por completo; parecía una viejecita mendicante. Protestó, pero antes del llanto emergió la carita asustada que al ver a la Abuela, sonrió. Vuelta a la cama de la mamá.
Mientras sacudía sus arqueadas piernitas el Bebé reía, la Abuela reía y besaba la pancita todavía húmeda. Al terminar de secarlo, colocó el pañal y ahora por un instante se interrumpió el idilio pues al Bebé no le agrada que le pongan la ropa por la cabeza, esto lo enoja y durante segundos vibró la viril protesta. «A este Bebé no lo podrán doblegar tiranos, brujos ni bultos que se menean» pensó la Abuela. Rápidamente el Bebé fue vestido y todo regresó a la normalidad. Un aroma de lavanda cubrió el ambiente. El Bebé, limpio y perfumado, restalló en una risa única al ser levantado y llevado a la cocina.
Con un brazo la Abuela lo sostenía, con la mano libre calentaba la comida. Pero algo llamó la atención del Bebé: ella había abierto la canilla y el chorro de agua lo fascinó. «Será nadador o marino» discurrió la perspicaz Abuela.
Mientras revolvía la comida en el pequeño recipiente que se apoyaba en un jarro con agua hirviente sobre la hornalla, la Abuela sostenía al curioso y atento Bebé. Ella sola con el Bebé en sus brazos iba preparando todo.
Finalmente la Abuela se sentó con el Bebé en su regazo y colocó sobre la mesa una nutritiva papilla de calabaza, espinaca y carne; un biberón rematando en un chupete y conteniendo agua mineralizada completaba la primera parte. Y así entre traguitos y bocados, con un arte singular, fue dando de comer a un Bebé con mañas que fueron una a una revertidas por la astuta Abuela. Hasta una manzana rallada con miel comió el Bebé. Pero eso no fue todo, mientras golpeaba con sus manitas la mesa, la Abuela le propinó…, un aromático flan…..
Como había dormido antes, el Bebé estuvo un largo rato jugueteando y moviéndose pero la opípara cena había logrado un efecto relajante.
Paulatinamente el Bebé fue frotando sus ojitos que eran verdes casi como los de su Abuela (los de ella son como el fondo de un mar…). Eso significaba sueño.
La Abuela levantó al Bebé con un brazo mientras que con la otra mano tomó…, ¡la mamadera con leche tibia!
Recostada en la cama de su hija (la mamá del Bebé) y teniendo sobre su pecho el cuerpecito tembloroso que con sus deditos le acariciaba la cara, la Abuela daba la leche y arrullaba con una prístina canción.
En la penumbra del cuarto se recortaban las dos figuras, las dos más bellas figuras, los dos cuerpos que parecían uno solo…
A todas las abuelas y a todos los bebés…..
El Cuento narrado:
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